Por Alberto Hernández

 

Si uno fuese uruguayo reconocería a primer golpe de vista a ese tipo dorado y flaco que avanza hacia la meta de la Norte vs Sur con la vista ligeramente elevada al cronómetro que pende del arco. Una guerra contra el tiempo. En este caso contra el suyo, pues él ya ganó esta clásica de las ‘carreras tobogán’ la temporada pasada, estableciendo el récord que ahora mismo se afana en rebanar. Y lo consigue, 28:50. 

 

Si uno hubiese nacido, decíamos, en el país con más densidad de futbolistas profesionales por metro cuadrado, sabría perfectamente quién es Nicolás Cuestas, que también probó suerte con el balón, pero acabó corriendo sin objeto delante alguno como resultado de una rocambolesca situación en sus años de juvenil. Tal vez no podrían recitar de memoria sus andanzas, su condición de olímpico y mundialista, campeón sudamericano de media maratón, nacional de 10 000 y 5000… pero se acordarían de aquellas cenas frente al televisor mientras el corredor trataba de superar programas en Masterchef Celebrity: “No recuerdo como quedé, sexto o séptimo, pero sí de que Martín fue cuarto. En mi país somos relativamente famosos”.

 

Martín es su mellizo, que comenzó a desgastar suela un año antes que él, con 15, espoleado por un tío que se había enganchado a las carreras de 10 kilómetros. “Por aquel entonces yo estaba probando con diferentes equipos en un proceso de reclutamiento para descubrir nuevos jugadores. Una semana no fui a entrenar porque estuve enfermo y el entrenador me suspendió la siguiente, así que aproveché para ir con mi hermano a una carrera sub 18 en la que él ganó e hice tercero”, relata como génesis de su enganche a un deporte en el que ambos han alcanzado similares cotas de rendimiento a efectos de marcas personales. 

 

Aquella prueba pertenecía al Campeonato de los Barrios de Montevideo, su ciudad natal, cuya general acabaría embolsándose. Desde ese punto de partida no resultó muy difícil ir progresando hasta dominar la esfera del fondo nacional. Hablamos de comienzos de siglo, cuando todos los sueños parecían posibles, por más que bancos, caseros y compañías eléctricas los considerasen insuficientes para satisfacer sus pretensiones. Había pues que encontrar un oficio que compatibilizar con las agresiones diarias al organismo. Y gracias al atletismo topó con él: “En 2010 competía en un club policial y un capitán nos dijo que nos presentáramos para sacar plaza. Por aquel entonces estaba sin trabajo, me dedicaba sólo al deporte, así que me pareció buena idea. Martín y yo aprobamos la oposición al año siguiente y comenzamos a trabajar cada uno en una comisaría”.

 

Poco después, por intermediación de su entrenador, también policía, entró a formar parte de un programa del cuerpo que, además de un horario muy flexible para seguir cimentando su crecimiento como fondista, le permitió desarrollar una labor preciosa “en la que ayudábamos a los niños de barrios complicados. Lo hacíamos entrenándoles en una pista; se trataba de integrar a través del deporte. Muchos de ellos tenían familia, aunque andaban en la calle todo el rato, sin atención y ya sabes lo que pasa… de grande terminan en cosas feas”.

 

Empiezan a acumularse los títulos domésticos. El de 5000 en 2012. Los 10 000 en 2014. Traspasa fronteras y, en 2016, mes de mayo, conquista el bronce de las doce vueltas y media al tartán en el Campeonato Iberoamericano de Río de Janeiro. Regresaría a los pies del Corcovado en agosto, para desfilar ante la bandera de los cinco aros y ser protagonista del evento al que aspira -pública o privadamente- todo aquel que un día se definió como ‘atleta’.

 

En los Juegos se decantó por el maratón, acabando cuadragésimo un duro ejercicio bajo la lluvia, con la humedad allanando los músculos, que supuso el primer oro de Eliud Kipchoge. Con la serenidad del deber cumplido continuó haciendo muescas en sus zapatillas: tercero en el Campeonato Sudamericano de Medio Maratón en 2017, ganador en 2019, segundo en 2024; séptimo en los 42 km de los Juegos Panamericanos en 2019; presencia maratoniana en los Mundiales de Londres y Doha, crossista en Arhus… y campeón nacional y subcampeón sudamericano de 10 000 metros en 2021, un curso crucial en su devenir como hijo del alto rendimiento.

 

“No me clasifiqué para los Juegos de Tokio”, comienza rememorando aquel jalón del camino en el que, tras perderse el que hubiese sido su cuarto gran campeonato global consecutivo, se planteó “dejar de competir. Finalmente preparé el Maratón de Sevilla y terminé 2:11.03, marca personal que suponía plaza para el Mundial de Oregón ese verano de 2022. Entre ambos eventos vine al Iberoamericano de La Nucía y allí hablé con Rober Aláiz, con quien tengo muy buena relación. Él me habló de ‘Moli’ -Álvaro Rodríguez, su mánager, olímpico en 2012 y campeón de Europa de 1500 sub 23 en 2007- y quedamos en reunirnos para para ver si era factible profesionalizarme más y apostar totalmente por el deporte”. Fue un fructífero encuentro, pues a finales de año se mudó a Madrid junto a su mujer y sus dos hijos.

 

No le costó adaptarse -conocía el entorno de algunas concentraciones previas- y, poco a poco, se fue haciendo un hueco en el ecosistema del fondo español, tanto profesional como vocacional: “Fiché por el Club Corredores y de vez en cuando iba a rodar con los runners o les enseñaba ejercicios de técnica de carrera, era más un motivador que un entrenador”. Un buen golpe de notoriedad fueron sus triunfos en las dos últimas ediciones de la San Silvestre Vallecana Popular, el último de ellos en 28:48, tope cronométrico de la cita.

 

Cuestas reflexiona: “Tenía buenas marcas, pero en Sudamérica no hay carreras de tanto nivel como acá, ni a nivel deportivo ni organizativo, en España hay unos recorridos mucho mejores”. Tras su segundo triunfo en la mágica noche del 31 de diciembre llegó el fichaje por Bikila, cuya remera verde, roja y amarilla estrenó en un enero glorioso en el que renovó su personal best en 10 km (28:44 en Valencia) y batió el récord uruguayo de medio maratón en Santa Pola: 1:02:15. Es curioso el destino, pues cuando el que escribe hace notar que lleva con orgullo ser, “con diferencia, el peor vendedor que jamás pasó por la Avenida Donostiarra”, hace más de dos décadas, Nicolás apuntala: “¿Sabes que de joven también trabajé en una tienda deportes? No era especializada como Bikila pero…”. Algo sabe del negocio, vaya.

 

La clasificación para los Juegos de París ha resultado infructuosa, pero volverá a la carga tras “unas vacaciones largas con la familia, tengo ganas porque este deporte a menudo me obliga a robarles mucho tiempo”. Tiene clara la hoja de ruta a partir de entonces: “Campeonato Sudamericano de maratón en Buenos Aires, en septiembre. Me trae buenos recuerdos esa prueba porque allí, en 2015, logré clasificarme para los Juegos. Luego, a principios de octubre, iré con Bikila al Campeonato de España de Ruta para ayudar en el medio maratón. Poco después trataré de batir mi récord de media en Valencia y, si quedan fuerzas, también iré al maratón, en diciembre; con esa y otra carrera creo que puedo promediar puntos para el Mundial de Tokio el año que viene”.

 

Un otoño empachado, que no dejará muchos huecos para “mirar fútbol, aunque acá, al haber más atletismo en la tele, miro menos que en Uruguay”, ni para disfrutar de su gran hobby, la fotografía, “que estaba empezando a ser también una profesión hasta que vine a España”. Al final del mismo caerán los 38 y es lógico cavilar que hay más pasado que futuro, aunque la decisión de retirarse el primer nivel quede lejos: “Esto es sacrificado y no es que se gane mucho dinero, así que hay que actuar según se vaya dando. Lo mejor es que estoy sano y con ganas de seguir, porque sé que tengo más para dar”.

 

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